Momentos felices
Tocar la guitarra. Cuantos más años llevo tocando, toco peor. Pero cuando termino de sacar el ampli, los cables, los pedales, la guitarra, el afinador, los productos para limpiarla, los paños, las púas, las ‘tablaturas’, el portátil para los ‘backing tracks’, o música de fondo, …. y me cuelgo mi nueva Epi Les Paul, se me acaba el mundo. Es mi droga. Me olvido de quien soy y me veo, con un melenón hasta el culo -y sin una cana :D-, pegando saltos en un escenario, mano a mano con Slash o Wylde. Y ya se sabe, los rockeros, ni mueren nunca ni pagan hipotecas, jaja. Eso si, después, limpia la guitarra, y vuelta al revés: a guardarlo todo. Una hora menos de vida, qué vamos a hacerle.
Estar con mi familia. Con tanto curro, cada vez tengo menos vida social. Y echo de menos a mi familia, y a mis amigos. Por eso, por mucho trabajo que tenga, muy cansado que esté, o muy tieso (la crisis, hijo, la crisis), procuro comer con ellos el sábado o el domingo. En especial, echo de menos a mis sobrinos, que cada vez que los veo son distintos. Siempre vuelvo con un pellizco en el pecho.
Por último, pero no menos importante, una conversación inteligente con un amigo/a (gracias, internet. Hablar de arte, decir tonterías o salvar al mundo, en tiempo real o diferido (chat, correo …). Las nuevas tecnologías (no tan nuevas, que llevo más de quince años usando internet) me permiten mantener el contacto con los amigos de siempre, y con algunos nuevos. Siempre es una alegría recibir un correo de alguno de ellos, encontrarlo ‘disponible’ en messenger (o pidgin) o leer su blog sobre arte. Aprendo de ellos, y siento que me enriquecen.
Ah, se me olvidaba. Pasar la mañana en la cocina (cada vez puedo menos), con mi amiga Cruz Campo.