El bautizo de Sara
El sábado bautizaron a la hija de una prima, Sara, y lo celebramos en una finca en la Sierra Norte de Sevilla. Un sitio precioso, con su gran piscina, sus cuadras, su arroz, su caldereta, …, no faltó ni un perejil. Aparte de la alegría que me produce ver a mis primas y a mis sobrinos, a los que no trato mucho, el ver a mis sobrinos jugando y el paisaje de dehesa me llevó treinta años atrás, y me ví corriendo con mis primos, cogiendo bichitos.
Cuando chicos, mi padre, después de una larga semana de trabajo, se levantaba muy temprano para llevarnos a mis hermanos, a mis primos y a mí a la Sierra, así, con nombre propio. Ahora, que soy yo el que sufro estos palizones de trabajo, comprendo y valoro más el sacrificio que suponía para él ese madrugón del sábado.
Para nosotros, urbanitas desde nuestro nacimiento, aquello era una aventura: ver salir el sol tras un monte, ver como se iluminaba el campo casi de repente, y se levantaban los olores conforme se iba calentando el suelo, oír y ver pájaros que no conocíamos, las esquilas del ganado a lo lejos…Paseando por la dehesa, entre encinas, alcornoques, quejigos y algún que otro acebuche, iba recordando aquellos momentos y, sobre todo, aquellas sensaciones.
Yo también he cambiado: ya no me mareo en el coche (ahora conduzco yo), no tengo diez años ni correteo buscando alacranes, y me gustaría ser como mi padre, y poder llevar a mi hijo a correr por la Sierra, cada vez más lejana.
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