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Capítulo 4 – Ya es primavera en El Corte Inglés

8 agosto 2010

Todos los nombres y situaciones que aparecen en este post son ficticios. Todos los derechos reservados

Ese día teníamos la presentación del proyecto de Loguitos (La Estupenda), presupuesto, etc., a la cual asistiríamos Diseñínn en pleno, y Sandra y Juan (Javier les había puesto el mote de Los Pimpinela) por la parte del cliente. Como quería causar buena impresión, tanto porque llevábamos dos meses sin conseguir ningún cliente nuevo para la empresa, como porque llevaba más de dos meses sin conseguir ninguna clienta para mi empresa particular, decidí levantarme temprano, desayunar tranquilo, ponerme mi mejor traje, etc. La tarde anterior había lavado y planchado una camisa que parecía hecha expresamente para mi última corbata que parecía a su vez hecha expresamente para un traje que aprecía hecho expresamente para mí. Vamos, casi como si fuera a casarme.

A las seis y media sonó el despertador. Medio dormido, tropezando, fui a la cocina y preparé la cafetera. Encendí la vitro y le eché de comer al gato. Al levantarme, me di un cabezazo con la escalera. «Empezamos bien el día» Al retirarme de la zona de peligro, pisé el cacharro del agua del félido, que dió un pequeño salto y se volcó (el agua, no el bicho), como no, encima del cacharro de la comida. «A empezar otra vez», pensé, empezando a cambiar la torrija matutina por una dosis inicial de mala uva. Volví a la cocina, limpié y sequé los cacharros, volví a ponerlos en su sitio, volví a llenar uno de ellos de comida, y me aparté agazapado, cuidando de no estampar de nuevo la testuz con los bajos de la escalera. El gato me miró con cara de estar pensando «no voy a sacar provecho de él». Con la impresión de estar olvidando algo, subí a ducharme.

Media hora más tarde, limpito, vestido, bajé de nuevo las escaleras. Un olor a goma quemada me recordó que tenía el café, desde las seis y media, en el fuego. El café era una costra negra en el fondo de la cafetera, cuyo recubrimiento antiadherente se había adherido de por vida, junto con la goma, a la parte superior. Empecé a pensar que debería haberme quedado en la cama. Saqué un zumo del frigo y me hice unas tostadas. Miré al jamón que dormitaba con un tornillo clavado en el pescuezo y pensé «como me ponga a cortar jamón, me mancho seguro». Por la misma razón, pasé de echarle aceite. Saqué la mantequilla del frigo y la unté con sumo cuidado en las tostadas. Con sumo cuidado, cerré el recipiente, y lo guardé. Con sumo cuidado me senté, midiendo la distancia para que no rozar nada que hiciese peligrar mi aspecto impoluto. Levanté la mano para coger el zumo y, aún no me explico como, uno de los gemelos se enganchó en el borde del plato que dio un pequeño saltito. Una de las tostadas dio un saltito un poco mayor, saltando sobre la otra. Ambas, saltaron aún más, y salieron de la zona segura de la mesa. Intenté saltar yo, hacia atrás, tirando de la silla y, tirando, tirando, me tiré el zumo en los pantalones. Las tostadas volaron, una hacia mi cortaba, otra hacia la camisa, con éxito: el lado de la mantequilla hacia abajo.

La mala uva empezaba a devenir en mala leche. Subí de nuevo a cambiarme, y me tuve que poner la única camisa que me quedaba limpia: una que un día compré pensando que sería capaz de combinar con algo. Acompañándola, un traje que una vez fue de mi talla, y una corbata que ni fu ni fa, pero que no desentonaba demasiado.

Salí, bastante mosqueado, y subí al coche. Al meter la llave en el contacto, me di cuenta de que no tenía llave que meter. Me las había dejado en el despacho, junto con las llaves de la casa. «Cuando empiezo así, …» Como no es la primera vez que me pasa, saqué las de repuesto del coche, volví a entrar, volví a salir, y volví a meter la llave, esta vez con llave, y arrancar el coche.

«Joder, ya voy tarde» pensaba mientras daba marcha atrás. Saqué el coche del garaje, y volví a meterlo: Me había dejado el teléfono cargando en la cocina.

Después de salir y entrar y salir varias veces (la cartera, el portátil, el pendrive con la presentación que había estado repasando la noche anterio, … r). Un vecino me miraba, seguramente pensando «ahí va mi vecino, que hace como que se va». Hora y media tarde, sin desayunar, sin dormir, y cabreado como si mi equipo hubiese perdido la final por abandono porque su autobús había pinchado, conseguí llegar al primer semáforo.

Cuando llegué a la oficina, estaban todos. Habían desayunado y departían animados. Me miraron todos al entrar. Los que me conocían hicieron una mueca como de «¿qué se ha puesto este tío hoy?». Los que no me conocían, «vaya horitas!»

Hola, yo, el café … las tostadas … Si, como no venías, hemos aprovechado para desayunar


En una esquina de la habitación, estaba ya preparada la pantalla. En la otra, el portátil con el proyector. A un lado de la mesa, estaban sentados Migue y Javier. Al otro, Sandra y Juan. Nuevamente, Juan era el hermano gemelo de Emidio Tucci, lo que me hacía sentirme aún más desaliñado. A su lado, me imaginaba compartiendo estilista con Freddy Krueger. En la posición del presentador, Manolo se había colocado junto a Sandra, con la cual conversaba animado, mirándole descaradamente el escote. Ella reía sus chascarrillos ¿Será cabrón? Ya se me ha adelantado

Hablemos de Manolo. Manolo era el comercial del grupo, y el ligón. De buena familia (mejor dicho, de familia rica), guaperas, deportista, con buena facha, el tiempo que no pasaba ligando o contando lo que había ligado lo pasaba en el gimnasio preparándose para ligar. Pese a tener menos cara b que un espejo, y no ser capaz de articular frases que no empezaran por Yo … tenía un atractivo especial que convencía a los clientes. Sobre todo a las clientas.

Manolo tomó la palabra, para no soltarla nunca jamás:

Dejadme que os muestre algunas propuestas en la que hemos estado trabajando. Por un lado, tenemos a la que llamaremos ‘minimalista’; es lo que viene siendo una página minimalista: esto es, que es minimalista en su concepción y en sus formas Manolo, cuando quería, era capaz de estar horas y horas hablando sin decir nada. Era de la vieja escuela, de los que opinan que hay que mantener la atención el mayor tiempo posible, aunque eso signifique desviar la atención. El fondo es liso, texturado, como una pared, y no tiene marcos ni menú. Como podéis ver (la lucecita roja del puntero láser mariposeó en la pantalla, sobre la primera diapositiva de la presentación) la home se asemeja a lo que es en sí una tienda de ropa clásica: aquí tenemos lo que vienen siendo unas estanterías, con ropa doblada, con sus cartelitos con lo que viene siendo el precio, etc. Picando en cada montón de ropa tendremos el enlace a las siguientes páginas del site: lo que es vuestro muestrario de productos, una página con trabajos que hayáis hecho, tiendas donde se venda vuestra ropa, el formulario de contacto, …, cada página es una pared con un color distinto. Aquí (click-click), picando en lo que viene siendo el catálogo, tenemos algunas camisetas abiertas, y una breve descripción de cada modelo. Al picar en una de ellas (click-click) tenemos a pantalla completa lo que viene siendo la foto con detalle del modelo, y las características que queráis resaltar: calidad del tejido (lo que viene siendo la tela), colores, diseños, precios si queréis, …

¡El tío! Le había mandado la presentación por email la noche antes, y era capaz de exponerla durante horas como si la hubiera parido. Lo que viene siendo un comercial, vaya. Si me descuido, se la compro yo.

La primera vez que Manolo dijo ‘minimalista’ Juan, al que no podía dejar de mirar de soslayo, abrió algo más los ojos y miró con atención a la pantalla ‘Bien, vamos bien’. La segunda vez, enarcó ligeramente una ceja. La tercera, esbozó una sonrisa irónica. Durante el resto de la presentación, cada vez que se empleaba una de las coletillas como ‘lo que viene siendo’, la sonrisa se ampliaba más y la leve expresión divertida de los primero momentos devino en una cara de cachondeo expreso. Bueno, al menos se lo está pasando bien.

Tras media hora más de parloteo, cuando decidimos que habían entendido bien nuestras propuestas y nuestros cuellos hubieron llegado a su límite de torsión, decidimos dar por terminada la presentación. En una de las pocas pausas que nuestro presentador hizo para tomar aire, y con un Vamos a hacer una pausa para el coffe break (1); apagamos el proyector y le quitamos a Manolo el puntero («¡deja ya el juguetito!»).

¿Qué os ha parecido? ¿Cual os ha gustado más?; Le pregunté a Juan, mientras intentaba comerme una magdalena (era el único que no había desayunado) sin atragantarme ni hacer un cuscus con la chaqueta de mi interlocutor.
Creo que podríamos trabajar con la primera, laaaa ¿cómo la habéis llamado, ‘minimalista’? Sin salirse del tono catedrático con el que solía hablar, me sonó burlesco. No sé si intentaba hacer un chiste, o se estaba riendo abiertamente de mí. La verdad es que tenía razón. Entre las paredes de colores, las camisetas, estanterías, cuadros de texto, pitos y flautas lo único minimalista que tenía el site era el vocabulario del presentador. Seguro que el nombre se le había ocurrido sobre la marcha. Como diría Juanra, ‘Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas’.

Sí, es nuestra primera opción. En realidad, nos hemos inspirado en vuestro ‘Centro de Creación
Nuevo saltito mínimo de la ceja de Juan. Me da que tampoco lleva muy bien ésto de los nombres.

Una hora más tarde, y a falta de firmar la propuesta, el trato estaba cerrado.

— Continuará —
(1) Interrumpir una reunión para tomar café
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