Tus muslos lloran el agua de la fuente
Una vez tuve un apartamento con una pequeña terraza y una fuente que manaba en ella. Una pequeña losa de granito gris sobre la cual el agua, que surtía de una hendidura en la pared, se derramaba, empapando la piedra sin ruido y cayendo a un foso no muy profundo que la recogía, y cantaba. La fuente cantaba todas las noches y me refrescaba con su olor a agua fresca, los limoneros vecinos regalaban su aliento y las noches eran muy largas, y estaba ella.
«Me duele que digas eso. Apenas te conozco, pero siento mucho por ti, y muy grande. Contigo traiciono a mi pasado, a mi futuro, al hombre que quiero (¿?), y me dices que aún buscas a la mujer de tus sueños. Eres un hijo de puta, te odio tanto como te quiero, y voy a hacerte daño.”
El agua llora resbalando sobre la piedra. El granito húmedo huele suave, intenso y breve. Oímos llorar a la fuente, pensé que ella lloraba. Tus ojos terminan siempre húmedos, pero nunca lloramos.
Ella me quiere, pero no sabe que no me quiere. Soy siempre sólo, y se que no voy a quererla, aunque necesite estar junto a ella. Necesita que esté dentro de su cabeza, dentro de su sueño bohemio, dentro de su cuerpo (en todo él, siempre y todo a la vez) Dentro de mis manos, de mis sentidos, de mi cabeza. Quiere que yo la cree, que le de forma en mí, como a una pintura. Cree que eso es amar, que así la amo, o la amaría. La deseo y no me excita; me da miedo; y pena; y asco. De ella y de mí. De ambos.
Apoya la cabeza en la piedra, que llora como su vagina. Las manos sobre su cabeza recogen el agua que derraman sus cabellos sobre tu espalda, tu culo redondo, duro y frío ahora como la losa que te baña.
Mueve, despacio, tus caderas, como el agua que cae deprisa. Desde mi cama, oigo como me llaman tus rizos doblemente húmedos, de entre tus muslos, y tus pezones, a través de tu espalda mojada, pequeños, negros e insolentes.
“Escribe ahora algo sobre mí, si puedes, algo fuerte”, y te agachas, y me miran claramente tus labios entre la tinta que derrama tu vientre, caliente como la piedra que llora. Bajo ellos, me miras y repites que escriba sobre ti, si puedes. “Me gusta masturbarme con tu mano, sé que no me quieres”
En mi pequeño estudio el espacio puede ser muy grande. Yo sé compartir mi soledad y en mi habitación no hay fuentes, pero tus muslos lloran.