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Capítulo 7- Aurori

25 enero 2012

;Todos los nombres y situaciones que aparecen en este post son ficticios. Todos los derechos reservados

Javier. Era callado hasta que dejaba de serlo, momento en que se volvía extremadamente locuaz, hasta aburrir. Le costaba abrirse a la gente, lo cual es perfectamente entendible, porque era la persona a la que, si algo puede pasarle, le pasa.

Un ejemplo: Había un local cercano a nuestra oficina, en el que parábamos de vez en cuando a tomar una copa. Por la asiduidad, teníamos cierta confianza con la camarera del garito, una chica la mar de mona y simpática, que es como decir de forma educada que estaba buena para rabiar. La chica solía tratar a Javier con cierta deferencia, lo que a cualquiera le hubiera dado alas para meter cuello, y a Javi le amarraba las poquitas que tenía como a un pavo navideño.

Una noche que allí estábamos observamos que un cliente habitual, ya madurito y sensiblemente ebrio, molestaba a la camarera y al resto de la parroquia, tirando algunas copas y dando empujones debido a su inestabilidad manifiesta. La chica, harta ya de la situación, le conminó airada a que saliera del local, cosa que el ínclito hizo con premura, azorado.
Para relajar la situación y ofrecer su hombro como consuelo a la nada necesitada dama, Javier dijo a la chavala: «Lamentable, lo de este hombre», a lo que ella contestó: «Es mi tío. Me da apuros por mi madre». Imaginad la cara de Javier (o lo poco que podía verse de su cara tras la copa en la que se enterró de por vida) cuando volvió a dirigirse a ella con un «ah», e imaginad el pitorreo del resto de los parroquianos a los que nos fallaron las piernas de la risa, razón por la que terminamos sentados en el suelo. Las únicas palabras que Javi consiguió articular cuando se atrevió a sacar la cara del copón, tras cruzar de soslayo su mirada con la misericorde de la dama fueron: «aquí no venimos más».

 

cartel de "El hijo de la peluquera"Animado por la heterodoxia en el vestir a la que se estaba acostumbrado en las últimas semanas, decidió ir a darse un retoquito a su centro de estética habitual: ya empezaba a apretar el calor, y quería cambiar a un look más informal y fresquito. Que fue a pelarse, vaya. A Javier, la peluquera-estilista que solía tratarlo le gustaba, y notaba que tampoco le caía demasiado mal él a ella. Charlaban más o menos animadamente dentro de lo que podría llamarse ‘animado’ para una conversación con alguien a quien conociera hace menos de 15 años, y pensó en aprovechar para invitarla a tomar algo, por si colaba.

Llamó para pedir cita y una voz afectada de mujer (¡Holaaa! ¿quién ereeeeesssss? ¿qué queríaaas? ¿Quién te atiende, sabes?) le preguntó por la estilista que solía tratarlo. Javier, que de la matrícula de su coche sólo recordaba que tenía una delante y otra detrás, tuvo que pensarlo dos veces:

Estoooo, ufff, no me acuerdo, es morena, con el pelo largo, muy guapa.
Siiii, jaja, es Aurori, esta tarde puedes a las seis, ok, te reservo, lo dicho, nos vemos ¿vale?

Y colgó, una décima de segundo antes de caer en que había metido la pata. Porque la peluquera, ciertamente, era muy guapa. Y sus compañeros/as, ciertamente, muy guasones. Y Javier, ciertamente, muy tímido. Y la chica, ciertamente, le gustaba bastante.

Se puso una camisa fresquita, de un tejido vaporoso, que él pensaba que le favorecía bastante, dándole un aire entre casual y bohemio. Se tomó un café para hacer tiempo, y a las seis menos cinco se presentó en el centro de estética. Nada más entrar, tomó conciencia de la situación: era ‘El esperado’.

Todos los miembros del centro se volvieron hacia la puerta; callaron los secadores, se intensificaron las luces y se interumpieron todas las conversaciones; todos y todas, todas y todos le miraban expectantes. Los adivinó hablando sobre él, el que había dicho que Aurori era taaan guaaapaaa, toda la mañana, y unas gotitas de sudor asomaron, poquito a poco, por su bigote, rodeando su boca, agrupándose en el mentón antes de hacer caída libre sobre la pechera de su camisa hippie. Aurori corrió a su encuentro, tijeras en mano, con una sonrisa espléndida, en la cual parecía que habían insertado varias docenas más de dientes. No acertaba a adivinar si la sonrisa era de agradecimiento por el piropo, o por la guasa que habían tenido a su costa.

Hola, eres Javier ¿verdad?, dijo canturreando. Espérate aquí un ratito, porfa, que estoy terminando de peinar ¿vale?.

Y le señaló unos asientos extraños de plástico rojo junto a una cristalera enorme en los cuales, y en la cual, el sol de primavera incidía, ya agresivo.

Javi asintió (no le daba la voz para nada más) y se sentó obediente a hojear sin ver una revista, hasta que se dio cuenta que era de ropa interior femenina. Sintió como cientos de pares de ojos se clavaban en su coronilla. Volvió la revista y la depositó en la mesa, desde donde los pezones del anuncio de una clínica de cirugía estética le apuntaban, acusadores. El calor empezó a hacerse insufrible, y un picor molesto le sacudió la cabeza.

Minutos más tarde Aurori acudió en su rescate, y lo llevó de la mano a una zona dónde se encontraban unos lavabos con forma de urinario. Los urinarios estaban estratégicamente situados junto a la cristalera, para recibir toda la luz del sol. Y su calor.

Siéntate aquí, que te vamos a lavar la cabeza, dijo, dando unos toquecitos en el urinario más cercano a la cristalera.

Javier se sentó, pensando dos cosas: Una, que si al decir ‘vamos‘ estaba usando el plural mayestático, o todos los esteticistas-peluqueros iban a turnarse para darle un mejor servicio; Dos, ya una vez sentado, que lo que le menos falta le hacía, dado su estado de calor interno, era que le sentaran junto a la parrilla vertical en que se había convertido el cristal. El sudor le goteaba por la nariz, y la camisa se le había pegado como un molde.

¿Está bien así, o está muy caliente? Como llevo todo el día aquí al fresquito no la noto tan caliente, pero igual para ti es mucho. ¿la quieres más fría?

Queemaaa. Un hilillo de voz trataba inútilmente de salir de su garganta. Ella entendió ‘naa‘, y continuó achicharrándole el cerebro mientras le daba conversación, animada.

Media hora más tarde Javier salió del centro estético con el pelo cortado y peinado (muy mono, dijo ella) y sin una cita. O huyó de él.

Y por esta razón sigue soltero.

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