Capítulo 6 – Topless
Todos los nombres y situaciones que aparecen en este post son ficticios. Todos los derechos reservados
El verano llegaba al final y, con él, el proyecto con Loguitos. A falta de cambiar un par de fotos y dar un último repaso a los textos, el trabajo estaba acabado. Habíamos puesto fecha para colgarla(1) dos semanas más tarde.
El trabajo con Loguitos estaba siendo más gratificante de lo que se esperaba en un principio: Lucio (Lusssio) y Bernard eran, realmente, muy creativos y no sólo en su aspecto. Extrañamente, hicieron muy buenas migas con Manolo. Éste llamaba mariconas y locas a aquellos, que llamaban revenío y repeinao a éste. Aquellos hablaban, bromeando, de lo que el mundo gay se estaba perdiendo con éste. Éste hablaba de los que el mundo en general se estaba perdiendo con él. René y Javier, con una idea de la creatividad y el arte en general más clásicas, hacían de dique de contención a las ideas divergentes de Lucio y Bernard, encauzándolas por derroteros por los que los humanos no iniciados fuéramos capaces de seguirles. Juan demostraba tener una mente esquemática y práctica: cada frase que soltaba merecía ser anotada para su estudio en una clase de economía aplicada; él y Migue pasaban horas encerrados en su despacho. Fruto de esta conjunción, lo que en principio iba a ser poco más que un intercambio de correos entre clientes y proveedores, estaba resultando una aplicación ágil, potente y robusta. Por último, Sandra y yo …
Por último, Sandra y yo. Trabajar con Sandra era una delicia. Su voz cantarina al final de una mañana, o el muñequito del messenger saltando en el monitor para comentar cualquier tontería, hacía que recobrara la sensibilidad en una oreja que llevaba cinco horas pegada al teléfono oyendo lo que siempre eran tonterías, porque cualquier tema que hubiese tratado ese día me parecía una memez comparado con la conversación que mantenía con ella acerca de si la factura la pagaban por transferencia o con talón, o sobre si el fotógrafo lo contrataban ellos o nosotros. Pese a su voz aniñada y a su aspecto inocente, Sandra era despierta, divertida y, a veces, muy bestia. Cuando menos me lo esperaba, soltaba un ‘estoy hasta el coño’ o ‘eso te lo metes por el culo’ que me dejaba descolocado. Y pese a ser tremendamente sensual, cada vez me fijaba menos en los accidentes de su perfil y más en sus ojos; cada vez menos en la longitud de sus piernas o lo ajustados de sus vaqueros y más en los cambios de entonación o la forma de cerrar los ojos cuando iba a decir algo importante. Resumiendo, que me estaba colando por Sandra.
Esporádicamente, estos gropúsculos saltaban fuera de la palestra. Manolo, Lucio y Bernard, que como polos opuestos se complementaban ‘divinamente’, habían ido a un par de partidos de fútbol, y Lucio, Bernard y Manolo habían terminado celebrando el resultado de alguno de estos partidos en un bar de ambiente. Manolo se lo pasaba pipa, siendo el centro de atención de sus amigos gays y ‘los amigos de sus amigos que son sus amigos’, Y Bernard y Lucio se lo pasaban de miedo gritando barbaridades entre tanto macho exaltado. Javier y René habían visitado juntos alguna que otra exposición, y compartían enlaces de páginas web sobre arte. Sandra y yo habíamos quedado en un par de ocasiones, fuera del trabajo, pero para hablar del trabajo. Yo estaba seguro de que si le proponía salir a cenar o ir al cine iba a aceptar, pero mi madre me parió tonto, y no había cambiado nada desde entonces.
De Juan y Migue, como ninguno hablaba, no sabíamos nada.
También había roces o, más bien, incomodidades: Se notaba claramente que Juan no aguantaba más de diez minutos escuchando a Manolo: miraba a un lado, al otro, al suelo, al techo, y se le veía cara de estar buscando una excusa para quitarse de en medio. Migue, tan discreto, temía a las bromas de Lucio y Bernard como al tío de la vara. Cuando, tras una reunión de trabajo, el ambiente se relajaba y la musicalidad de las frases de los susodichos se emplumaba, Migue parecía un ratón en la jaula de una serpiente; inconscientemente, iba reculando hacia un rincón y haciéndose cada vez más pequeño. Y René, desde el primer día, cuando me miraba lo hacía de soslayo, dándole tirones a su sempiterno pañuelo. Se notaba que no me tragaba, y yo no lograba adivinar el por qué de esta animadversión. Con lo bueno que soy.
Así estaban las cosas cuando, la noche del primer domingo de septiembre, me llamó Javier:
– Hola, Javi ¿Qué pasa, tío?
– ¿Tienes el ordenador encendido? Mira el feisbuc(2) de Manolo.
Javier no era el más extrovertido de la fiesta (salvo cuando se tomaba dos copas, que no había quién lo callara), pero no solía ser tan tajante. Algo pasaba.
– Espera, que se está iniciando. ¿Por qué? ¿qué pasa?
– Mira las fotos. Mañana hablamos. Adiós.
Y colgó.
Mosqueado, me senté ante el ordenador. Entré en Facebook, y busqué las fotos de Manolo.
– La madre que lo parió. Y no pude decir más, porque la barbilla se me había descolgado hasta topar con la mesa. Entre una serie en las que Manolo, sin camiseta, bailaba encima de la mesa de un bar de copas mientras Bernard y otros amigos le metían billetes en los bolsillos, varias fotos destacaban por su luz. Estaban hechas en la playa. En ellas se veía a Manolo comiendo sardinas, pavoneándose mientras lucía abdominales en la orilla, abrazando a un bellezón en topless, …
Sandra. El bellezón a cuya cintura se atagarraba(3) Manolo como una lagartija vieja era Sandra.
(2) Facebook es un sitio web gratuito de redes sociales (de Wikipedia)
(3) Atagarrar: Trepar. Asirse a algo como si la vida dependiera de ello. Verbo perteneciente al habla de la campiña sevillana.
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