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Capítulo 8 – Costumbres

8 diciembre 2010

Todos los nombres y situaciones que aparecen en este post son ficticios. Todos los derechos reservados

No podía dejar de mirar las fotos. Un calor picante me subía por el cuello, y el temblor de las manos apenas me permitía pinchar con el ratón en las palabras Anterior y Siguiente. En vez de babear viendo las tetas de la chavala, que estaba tremenda, sentía la lengua como si llevara toda la tarde chupando un corcho, y sólo veía la expresión de su rostro: estaba feliz. El de Manolo parecía decir: «¿habéis visto el pibón al que me estoy enganchando?». Cabronazo, pensé, pero dije joputa, joputa, joputa

Tirurirurí, tirurirurí. El teléfono, de nuevo.
Me compuse como pude.
Dime, Manolo.
¿Has visto las fotos que he colgado en feisbuc? Mira al pibón que me ligué el domingo. -Mucho has tardado, mamonazo, pensé.
No -¿no? ¿cómo que no?-, no las he visto. ¿Quién es? ¿La conozco?.
Míralas, y mañana me cuentas. Te vas a quedar de piedra.
Ya es tarde. Mañana las veo en la ofi. Hasta mañana
Vale, tú mismo, tú te lo pierdes. Ya verás, ya verás.

Y seguí viendo, sin ver, toda la noche, las putas fotos.

Como no podía dormir llegué extraordinariamente temprano a la oficina. Me subí un café del bar y continué viendo las fotos del topless de Sandra y del ligón de playas. Al poco tiempo sonó la puerta. Abrí y me encontré con Sandra, con los ojos hinchados, y llorando.

¡¡Paf!!
¡Paf! No noté el guantazo, pero escuché el ruido de la ostia que me acababa de soltar. Sin dolerme aún, y con los ojos como dos platos, me toqué mecánicamente la cara mientras la miraba, supongo que por si me soltaba otro sopapo.

Cerdo, cabrón, hijo de puta. La niña, cuando se ponía, era más fina que un coral. Se me ocurrió decirle de broma: esa boquitaaa, pero preferí salvaguardar los dientes, por si me invitaban a jamón. Manteniendo la distancia, intenté averiguar qué estaba pasando.
Pero … yo … tú … el qué … no …
Eres el tío más rastrero con el que me topado nunca. Y pensar que yo … ¿cómo has podido?. Y rompió a llorar.

Lloraba de forma extraña: sollozaba, gritaba, parecía que ahogaba el llanto hasta que éste le rebasaba, y estallaba de nuevo en un grito que le partía la garganta. Plantado ante ella, miraba como sus manos colgaban a sus costados, lacias, sin atreverme a abrazarla, a intentar consolarla por algo de lo que, por lo visto, era culpable. El aire se hacía pesado en mi pecho, cada vez más pequeño, y una mano me agarraba la garganta por dentro. Ahora sí me estaba doliendo, pero el alma. Intenté cogerle una mano.

Sandra, yo ..
No me toques
Pero, ¿qué he hecho?
¿Cómo puedes tener tan poca vergüenza? ¿Cómo se te ocurre colgar las fotos

Por la abertura de mi boca podría pasar el metro: dos líneas. Y si mis ojos fueran de cristal, se escucharían ahora rodar por las escaleras, tictictictic

¿Yooooo?¿que yo he hecho el quéeeeee?
¡¡He visto tu facebook!!(*)

Me aparté dos pasos, andando de espaldas. Me di la vuelta, y avancé otro paso más, rumbo al ordenador. Volví a darme la vuelta, desandé otro paso, y volví a volverme, y a andar lo desandado. Si supiera contar chistes sería como Chiquito de la Calzada. Pero no era el momento de contar chistes. Aunque, empezando a comprender, una sonrisita se me escapó, dejando a Sandra descolocada. Menos mal, porque si me suelta otra torta me tienen que pintar la boca.

Estooo, tú en facebook, no entras mucho, ¿verdad?
No, no mucho. El enfado estaba cediendo al pasmo y a la curiosidad.
Ya. Ven, mira. La empujé suavemente, por los hombros, y la senté en mi silla. Una de las fotitos de marras, en las que ella daba distraída un sorbo a una cerveza en un chiringuito y Manolo miraba a la cámara como si estuviera en el dentista, ocupaba toda la pantalla. Pero no dijo ni pío; supongo que, dado el tema de la visita no desentonaba demasiado. Se dejó hacer. ¿Ves – dije, cambiando rápidamente el escenario – El cumpleaños de Javi en el bar de abajo; aquí, en la piscina con mis sobrinos; el viaje a Escocia del verano pasado, …. Aquí arriba pone «Tus fotos». Estas son las fotos que yo he subido. Mira estas otras -dije, con cierto miedo, por si se escapaba otra leche. En éstas, pone «Fotos en las que apareces», y están las fotos de ayer en la playa. ¿Comprendes?
– (Con apenas un hilillo de voz)No mucho. ¿Entonces …?
Entonces Manolo se va a cagar cuando lo coja. Él ha subido las fotos, y les ha puesto los nombres de todos los de la ofi, como si saliésemos en las fotos, para que salgan en nuestro muro y no nos las perdamos.(*)

Sandra volvió a su llanto inicial, pero con matices. Por lo visto, estaba más dolida por que fuera yo el aireador de sus vergüenzas que por el hecho de mostrar las tetas en internet. Se levantó y me abrazó. Sin parar de llorar, o de reírse, o de qué se yo, pegó sus labios a los míos mientras hacía algo como «uaaaaauaaaa», que interpreté como una señal de alivio. Llegué a dos conclusiones: que yo le gustaba a Sandra tanto como ella a mí y que cierta parte de mi anatomía razonaba de forma independiente porque, a pesar de que la situación no acompañaba al refocile, la presión de su pecho contra el mío, la tibieza de sus manos en mis hombros y el posterior ósculo reconciliador estaban despertando al tigre que habita en mí. Y el olor de su cuello. Hmmm.

A pesar de que si me hubieran preguntado la noche anterior hubiese dicho que iba a ser difícil sorprenderme más a la mañana siguiente, cada cinco minutos me subían un poco el listón. Por la puerta abierta entró Rene, echo un basilisco. Llevaba el foulard echo un gurruño en una mano y por el pico de la camiseta asomaba una mata de pelo osuna, que no esperaba en él. Miró a Sandra, que se separó azorada. Me miró. Le sonreí. ¡Zas! ¡En toda la boca! Esta vez me rompió el labio. Pero me recuperé rápido, sería que estaba cogiendo práctica.

¡Pero bueno! ¿Esto que es? ¿Una costumbre?. Ya me estaba mosqueando.
Manolo, eres despreciable, te voy a romper la cara.

Vuelvo a sorprenderme. El día estaba alcanzando hitos históricos. Escupiendo sangre, formulé para mí tres nuevas aseveraciones: René sí sabe de qué va Facebook. René no sabe quién es Manolo. René ve menos que un gato de yeso. Si no me doliera tanto, soltaría dos carcajadas, pero como me dolía, solté algo como «ajjjyyy».

Sandra dijo:
René, éste no es Manolo.
Yo dije:
¿Pero no has visto las fotos, que no soy yo?»
René dijo:
Perdón. Y se largó. Así, tan pancho.

La que reía a carcajadas, ahora sí, era Sandra. Y si yo pudiera verme, también me reiría: Con la camisa salpicada de sangre, la boca abierta, el labio hinchado, y mirando a la puerta con las manos hacia arriba, como si estuviera recibiendo el maná divino en vez de una manta de palos.

Joder con ed buddo gay. Bu dsendsible, bu dsendsible no badece, la fadre que lo farió. El labio empezaba a superar al tamaño de mi asombro.
¿René gay? ¿De dónde has sacado tú eso? Ya no podía aguantar las carcajadas. Pese a que estaba guapísima mientras reía, y más después de comerme la boca, tanto cachondeíto estaba empezando a hartarme.
¡No digas que no da el tipo! ¿Seguro que no lo es? ¿Cómo lo sabes tú? ¿Te has acostado con él? dije, intentando subirme al carro de la comedia.
Ya no, pero hemos sido novios cinco años

Ahora sí que sí. Mientras ella lloraba, esta vez de la risa, y tenía que apoyarse en la mesa para no caerse, yo me caía literalmente, resbalando hasta quedar sentado en el suelo, planchado como otra de las baldosas.


— Continuará —
(*)Nota del autor (como si las demás no lo fueran):
Facebook consiste, básicamente, en una página web, personal, en la que cada cual ‘pone’ lo que le sale de las narices: opiniones, enlaces a otras páginas, … y fotos. Asimismo, en dicha página también se muestran las opiniones, enlaces, … y fotos que tus amigos quieren compartir contigo y, como en este caso, las fotografías en las que tú sales, o en las que tu amigo dice que has salido. A esta página personal, pero no tanto, se la llama ‘muro’. Aunque no se permiten la publicación de cierto tipo de imágenes (en el caso, pechos femeninos desnudos), se permite la licencia para el relato. Píxelese la zona que no interese mostrar.
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