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Capítulo 9 – Remigio

18 febrero 2011

Todos los nombres y situaciones que aparecen en este post son ficticios. Todos los derechos reservados

Sin dejar de reírse, Sandra se sentó sobre mí, a horcajadas. Besándome con suavidad en el labio hinchado, me dijo: Voy a contarte mi historia con René.

Con Sandra sobre mis piernas empezaba a pensar que, pese a todo, el día no iba a salir del todo malo, así que me dispuse a escuchar su historia con René. Ciertamente, me la traía floja, pero pensé que si quería contármela sería por algo. Rectifico, me daba igual, pero estaba empezando a no traérmela floja.

René (que en realidad se llama Remigio), Juan y yo nos conocemos desde chicos. Juan y él estudiaron juntos en el instituto, y desde pequeña me acostumbré a verlo alrededor como a otro hermano mayor.

Cuando terminó el instituto, seguimos viéndonos a menudo. Yo salía con mi hermano y sus amigos; era como la mascota del grupo. Incluso me llevaron un año de vacaciones con ellos. Cuando terminó la carrera, René obtuvo una beca en realización de proyectos artísticos y se fue a estudiar a la escuela de Brera, en Milán. Allí estuvo cuatro años, y se trajo un máster y el pañuelo pringoso que lleva siempre consigo. El caso es que se fue el amigo rarito de mi hermano, y volvió un hombretón al que no podía dejar de mirar embelesada cuando le enseñaba a Juan sus bocetos, algún que otro desnudo o hablaban de los proyectos que tenían cada uno. Y él, dejó aquí a una niña con 14 años a la que todo le estaba grande, y se encontró con una mujer así de bien puesta – dijo, pizpireta, mientras se ceñía las manos a la cintura- Además, ese año me matriculé en Historia del Arte, y René se ofreció a ayudarme con los estudios. Así que, poco a poco, empezamos a vernos fuera del grupo. Cuando nos dimos cuenta, estábamos saliendo formalmente.

Mientras hablaba, no dejaba de acariciarme el pelo, los labios (el hinchado y el otro), la frente … Yo, por mi parte, y dada la postura de ella, no tenía otro sitio donde poner las manos que en sus caderas y, poco a poco, por la gravedad, iban resbalando hacia zonas más bajas. Y como el que se estaba poniendo grave en las zonas más bajas era yo, la animé a seguir, más por distraer mi libido que por que me interesara sobremanera.

¿Y qué pasó? ¿Por qué lo dejasteis? Mi voz empezaba a sonar como si estuviera lijando un búcaro.
Bueno, con el tiempo nos dimos cuenta que, realmente, yo seguía viendo en él a mi otro hermano mayor, y él seguía viendo en mí a una hermana pequeña a la que debía cuidar. Le tengo mucho cariño, es una persona difícil de acceder pero que cuando se abre, es tierna y sensible, y muy inteligente. Cuando lo conozcas mejor verás como te cae bien. Es un buen amigo. Y tiene conmigo un desmedido afán protector, como ya has podido comprobar. Es como mi ángel de la guarda.
Líbranosdelmalaamén dije, medio en broma medio acojonado.

Conforme iba avanzando en el relato, sus labios avanzaban hacia los míos. Terminaba las frases con un beso húmedo y profundo, pero sin dejarme hacer. Mientras tanto, seguía pasando sus manos por mi cabello, que ya debería parecer el nido del cuco. Con cada pasada, yo cerraba un poco más los ojos, y la escuchaba cada vez más lejos. Estaba cayendo en una especie de trance delicioso, en el que no sentía más que su peso en mis piernas, su aliento y sus manos sobre mi cara. Y a un niño chillando.

– Mamá, mira, hay dos señores sentados en el suelo.

Con tanta lucha libre y tanta visita inesperada, la puerta de la oficina había quedado abierta. Un niño  (¿qué hacía un niño a las 9 de la mañana en un edificio de oficinas?)  tiraba de la mano de su madre, intentando entrar. La madre, con cara de ‘aquí se viene a trabajar. Idos a un hotel, so guarros’, tiraba del niño hacia la puerta del ascensor.

– Oye, tendríamos que ir pensando en cerrar la puerta, ¿no crees?
– No. Me voy. Se levantó de un salto, cogió el bolso y se fue, sin más.
– Pero, ¿dónde vas?, me escuché gritándole al pasillo, con un ojo abierto y el otro cerrado.
– Tengo cosas que hacer, me contestó el pasillo.
– Entonces … tú y yo … ¿qué somos ahora?, le dije a la puerta del ascensor.

A lo lejos, el ascensor contestó, riéndose: – Ya veremos.

Continuará

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