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Invento recuerdos

29 julio 2011

El sol está en lo alto, y el cielo es blanco. Las paredes y la arena del suelo tiñen de amarillo todo, las ropas, las caras bajo los sombreros, el sudor limpio que aún no huele, no se pega, que moja tu piel y hace que mis manos resbalen suaves sobre ella, y te lubrique. Los sonidos tardan en llegar, y lo hacen desde lejos sin alcanzarnos nunca, mezclándose con la luz y el calor para hacer la atmósfera que nos envuelve más densa, separándonos del resto de las personas que parecen estar junto a nosotros, pero que sólo nos acompañan un poco, como realidades próximas pero distintas. El polvo se levanta pesado del suelo, creando una cortina que termina por separarnos.

El calor es amable a esta hora, porque despeja las calles para nosotros. Poco a poco, el sopor del verano nos lleva de la mano a la sombra de la habitación, y el son zumbón del ventilador de lata acompaña a la siesta. Es inútil, lo sabemos. Pesadamente nos dejamos caer sobre la sábana, pesadamente nos desnudamos, y pesadamente te dejas caer, caigo sobre ti y te beso en la boca, y tu lengua entra pesada en la mía, casi la llena, porque hoy todo es tan denso.

Apenas tengo fuerzas para acariciarte, resbalo sobre tu sudor en tus pechos y lamo tus areolas como si temiera gastarlas, noto como tu aliento roza en tu garganta al salir y veo como tu boca se abre, tu cuello se estira y algo más que tu sudor resbala entre tus piernas. Me pides: “Siénteme”, y entro en ti. Quiero decirte que te siento más cuando sé que te olvidas y te pierdes. Pero no puedo hablar, me estoy muriendo contigo.

No sé dónde estoy, ni quién eres, pero recuerdo el sabor de tu sudor y tus ojos entreabiertos, y siento aún tus pezones entre mis dientes.

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